A SOLA S
CON ELLA
Mi amigo me contó que regresaba de Sevilla donde la habían
sometido a una restauración, y que el resultado era espléndido. No se si fue
por mi afición compulsiva a fotografiar las "cosas" de Cádiz o por
simple curiosidad, lo cierto es que, abusando de su amistad generosa, le pedí
que me permitiera fotografiarla para tenerla en mis archivos. Y me citó
temprano aquella tarde cuando su capilla todavía estaba cerrada al culto.
Pertrechado de los "avíos" fotográficos y con una ansiedad creciente
subimos por una escalera angosta que nos llevó a su camerino. Y allí estaba
ella, desprovista de su corona de reina ,cubría su cabello con una sencilla
mantilla negra que le daba un aspecto casi real, casi humano. Entramos en aquel
estrecho espacio para que hiciese mi trabajo y era tanta mi preocupación por
ajustar el equipo, medir las luces y escoger los diafragmas adecuados, que no
me di cuenta que mi amigo, respetando la intimidad de ese momento, me había
dejado a solas con ella.
¿ Y como lo explico ?. Cuando me percaté de mi soledad ante
ella, sentí una tremenda timidez, como si me encontrase ante todas las mujeres
del mundo, como aquel niño que fui, aquel que de la mano de mi padre, a las
puertas de San Lorenzo, mi barrio, escuchaba aquella frase que me repetía todos
los años:" Mira hijo, la Virgen mas guapa de Cádiz". En aquel
silencio amable , mientras que la cámara temblaba en mis manos, busqué los
ángulos y las tomas más diversas, pero en cada una de ellas resultaba
diferente. Su rostro se manifestaba cambiante con cada fotográma y en ellos yo
captaba una belleza distinta. Pero en
todos pude vislumbrar la angustia eterna, como si sintiera un dolor inmenso ,
no por el hijo sacrificado, sino por todos los hombres, por todos sus hijos.
¿Puede ser el dolor hermoso?, ?Puede resultar atrayente la
pena infinita?. No lo se, lo cierto es que ese rostro doliente, esas manos
entrelazadas en ese gesto de pena profunda, me atraparon y me llevaron a sentir
una sensación mística hasta ese momento desconocida para mi.
Vivo en la soledad constante del agnóstico, sin el consuelo
reconfortante del que tiene fe, en el desasosiego del hombre incrédulo, pero
ahora, cuando acuden a mi los fantasmas del miedo, cuando espero en la madrugada
temeroso el nacimiento de un nieto, o presiento el fantasma de la enfermedad
traicionera, rebusco en los archivos de mi memoria el rostro hermoso de esa bondad doliente que es ella . Y os puedo asegurar que me invade una paz y
un consuelo infinito al recordar aquella tarde en que estuve tan cerca y a
solas con ella. A veces, cuando vagabundeo errático por la ciudad, sin saber
porqué dirijo mis pasos hasta su capilla y la visito por volver a sentir su
presencia reconfortante y al verla me digo siempre:" Dolores, la del dolor
hermoso, la Virgen más guapa de Cádiz".
JUAN MARTIN BEARDO